RELATOS – MARTON 9: EL REGRESO DE LA GIGANTA

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 Relato de Xisco Calafat. // Ilustraciones de la película “La canción del mar”
 Las lluvias se habían convertido en huracanadas tormentas. El vendaval zarandeaba la isla con una furia que estremecía a Mirón y a los árboles, agitando a éstos de forma que parecía que tratasen de zafarse de su garra, en un violento y constante forcejeo. Pese a que la cabaña estaba protegida por la maleza y el muro, todo volaba a mi alrededor, en una agresiva danza: las hojas, las ramas e incluso las piedras.

Sitiado en la oscuridad de mi refugio, agarraba con firmeza la puerta que permanecía atada a las paredes y que, aun así, trataba de arrebatarme el viento. Pero no me asusté. Esta vez no. Estaba acostumbrado a las tormentas en alta mar, y, aunque en aquellas no volaban piedras sobre mi cabeza, algunas eran de extraordinaria violencia y todas sacudían la barcaza peligrosamente. Un sinfín de embarcaciones habían sucumbido a ellas, pero no la Tempestad, que honraba a su nombre en cada temporal.

En aquellos días de desdicha en la isla, en los que parecía que todo iba a salir volando, apenas me moví de mi refugio; sin embargo, cada vez que el temporal arreciaba, caminaba hasta la playa a otear el mar. Y allí siempre estaba ella; unas veces tímida y hermosa, otras majestuosa. Siempre estremecedora.

El regreso de la giganta había provocado en mí sensaciones contradictorias: sentía miedo y atracción; sentía rechazo y estupefacción; sentía rabia, porque era ella quien me había confinado en la isla, y a su vez un profundo agradecimiento, por aquel mismo motivo. Unos días le gritaba, la maldecía. Otros, en cambio, la vitoreaba, levantando los brazos con cada rugido que lanzaba contra la playa. Era increíble, imposible, aterradora. Y era maravillosa.

Al cabo de unos días que quizá fueron semanas o incluso meses, cesó el mal tiempo. Tsuo-Po seguía visitándome con regularidad, así que pronto dejamos de tratarnos como extraños. Yo la observaba, estudiándola, y ella se exhibía frente al que era su único público. ¿Cómo era posible que se alzara aquella gigantesca ola, siempre en el mismo punto, con aquella tremenda energía y relativamente tan cerca de la costa? Tenía que averiguarlo, me dije.

Bajo un cielo nuevamente azul e impulsado por el sofocante calor que volvía a arder sobre mi cabeza, decidí construir una especie de balsa; algo con lo que acercarme hasta la ola. Arranqué un mamparo de separación del camarote de la Tempestad, pero al tumbarme encima, se hundió parcialmente, y comprendí que me sería muy difícil avanzar con aquella improvisada embarcación.

Así que decidí hacerlo mejor: pasé varios días seleccionando maderas del bosque que ataba con trozos de cabo, con el fin de que quedaran unidas entre sí. Cuando la eché a navegar y comprobé que no se hundía con mi peso, y que podía avanzar remando con las manos, me volví loco de alegría. Creo que grité.

Ahora podría llegar hasta el oleaje y observarlo de cerca, aunque eso también me asustó; recordé la bienvenida con la que me había recibido a mi llegada a la isla y dejé de remar. Me senté en la balsa y me caí al agua. Vaya, no es tan sencillo, recuerdo que pensé. Volví a subirme y traté de mantener el equilibrio. Era inestable. Su indecoroso diseño dotaba a la embarcación de manga suficiente como para que mi pequeño cuerpo cupiera sobre la balsa, pero no de la suficiente como para impedirle zozobrar, así que salí del agua y lo perfeccioné. Seguía siendo inestable, aunque al menos ya me podía mantener sentado en ella; y eso fue lo que hice: me senté y observé a aquella increíble bestia hasta el anochecer.

A la mañana siguiente volví a penetrar en el océano con mi balsa. Y al día siguiente, y al otro. Cada vez trataba de acercarme más a la ola. Había empezado a comprender su funcionamiento, pese a que su longitud y altura variaban considerablemente de un día a otro, de un momento a otro; también su posición, aunque siempre se alzara en aquel enigmático lugar. Pero su perfección seguía siendo un misterio.

Una mañana no apareció, y aproveché para tratar de conocer el lugar sobre el que se levantaba: el agua era cristalina, y pude observar, desde la balsa, los colores y las formas que se perfilaban, abstractas, bajo aquellas poco profundas aguas. Y entonces vi, como si de un horizonte submarino se tratara, la oscura línea azul que se tornaba negra en el mismo lugar en el que Tsuo-Po se formaba, dibujando el inquietante abismo que permanecía oculto bajo el océano.

 

 

Surfer Rule
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