30 Sep DE VUELTA A BYRON BAY, Lucia Palacios Hardy
Nueve meses habían pasado desde que dejé mi país de origen Argentina, para empezar a tachar mi lista de sueños. Uno de ellos aprender a surfear.
Cuando se trata de sueños parece que estamos hablando de locuras, fantasías de niños… Uno los enumera pero rápidamente se olvidan hasta cubrirse de polvo, siendo incoherente para quien los saca de ese cajón para abrazarlos y soñar un poco.
Fue en aquel octubre del 2016, habiendo recorrido la costa este y el extenso desierto en el centro de Australia, que decidí volver a Byron Bay, lugar donde había surfeado mi primera ola.
Recuerdo haber bajado del bus con aquella exaltación y esas ganas de sentir el desafío de aprender aquel nuevo deporte. 2 meses y medio fue el tiempo estipulado para sobrevivir y pasarme los días enteros dentro del agua.
Me alojé en el “Art factory” el paraíso de los hostales, que como su propio nombre indica, recluta a todos los viajeros talentosos del mundo como músicos, bailarines, artesanos y una gran cantidad de surfistas.
Mi hogar se transformó en una carpa con dos módulos, tan grande que podías caminar por dentro.
Las lluviosas mañanas eran frecuentes, pero la motivación por ir al mar se contagiaba de carpa en carpa y saltando los charcos de lodo nos amontonábamos en la furgoneta de algún amigo. Nos pasábamos horas recorriendo playas enteras hasta llegar a una de mis playas preferidas, llamada “Broken head”.
Si la lluvia no aparecía, solía agarrar mi skate y la tabla de surf, haciendo mi propia búsqueda de olas, deslizándome en el asfalto como si estuviese surfeando.
Fueron intensos meses de hasta 3 sesiones de surf por día. Siendo las condiciones buenas o no, allí estaba yo, practicando la remada, aprendiendo de las corrientes, superando el miedo de ver la pendiente de las olas y despidiendo el sol todas tardes desde el mar.
Muchas veces fue frustrante y agotador, pero la sensación de estar en el agua era más gratificante.
Aprendí que el mar es como la vida, te deja ser espectador si estás a un lado pero te revitaliza si decides enfrentarlo. A veces esta calmo y otras veces te da grandes revuelcos. Puedes encontrar respuestas en momentos de tranquilidad mirando el sol y sentirte muy bien acompañado por ti mismo y la naturaleza.
En el mar recordé muchos valores, como el ser paciente y respetuoso, no dar espacio a las frustraciones y ser perseverante.
Alentar a alguien cuando está remando una gran ola y ver su rostro de felicidad al lograrlo, es felicidad compartida y la gran admiración por los mayores, que con esfuerzo pero firmes siguen disfrutando de este deporte.
Finalizando esos meses en Byron Bay, tuve la oportunidad de compartir mis inicios y la pasión por el surf en un evento voluntario para niños con distintas capacidades. Organizado por DSSA inc. surfistas que ayudan a otros surfistas. La felicidad que vi en aquellos niños al estar en el agua quedó en mi memoria y encontré un motivo más para seguir descubriendo este increíble deporte.
Podrá ser un deporte más para muchos, pero yo lo veo como una manera más refrescante de ver la vida.
No Comments