MI AMIGO EL MIEDO

Todo empezó gracias a que mi madre se centró en que tuviera la mejor de las infancias posibles, cuando vió como disfrutaba tanto en la playa y decidió regalarme un bugui cuando a penas tenía 5 años. Ese fue el día que empezó mi historia de pasión con el mar y desde entonces no he parado de bajar olas en cualquier cosa que flote – literalmente cualquiera, tengo un palo de madera que flota.

Junto con el surf comenzó una relación bastante extraña con el miedo. Empecé a oír una voz que me seducía para que me acercara a la orilla, me hacía pasar un mal rato, y luego me dejaba solo y asustado. Se suponía que debía alejarme, pero había cierta magia en esa lucha de emociones – miedo y atracción- y en la manera en la que éste me susurraba al oído.

Sin excepción siempre acababa sucumbiendo a su seducción nuestra relación se hacía cada vez más ínitma e intensa. Cuando estábamos a solas el corazón rebotaba cotra mis costillas y las pupilas se dilataban. Entre los instantes más intensos que hemos pasado juntos puedo contar:

  • El día que estuve apunto de ahogarme dos veces, en menos de cinco minutos. En mi memoria todo ocurrió a cámara lenta. Salí a la superficie con el pecho ardiendo, la vista nublada, y los dedos marcados en la tabla de surf.
  • Las numerosas ocasiones en las que tiburones varios han decidido acompañarme y se han rascado el lomo con mis pies.
  • O las infinitas veces que me han picado animalitos venenosos varios, con sensaciones que van desde el simple picor hasta la sensación de que me están amputando el pie.

Estos sustos deberían haber bastado para sacarme del agua para siempre, pero solo con siguieron hacer que nuestro idilio fuera más apasionado. El miedo me ha forzado a bailar canciones lentas, marcando el ritmo, dejandose sentir en mis manos tiemblorosas: uno no puede pedirle a esa ola que pare porque estás muy asustado, no puede “tiempo muerto” a ese revolcón porque te falta el aire.

Si no la hubiera sentido, si no me hubiera presentado a sus amigos -incomodidad, nerviosismo y miedo a morir- creo que no habría llegado a ser una persona así de tranquila. Al ver esa ola gigante que venía hacia mí, o cuando a oscuras en el fondo se alargaban los segundos y sentía que tenía que luchar, es cuando se presentaban todos a la fiesta. Ha habido muchos de esos momentos en los que en los que mis pasos iban en contra de la melodía, haciendo que el caos se apoderara de mi mente.

He sentido diversos matices dentro de esta emoción que no sabría describir, pero todos se parecen en una cosa: cuando no he sabido moverme al compás de esa emoción, se transforma en pánico y paso un rato muy malo.

Hicieron falta muchas horas bailando con ella – o él – para que entendiera que era útil: debo sentirla,  aprovecharla y seguir los movimientos que marca su danza muy de cerca. Me ayuda a pensar más rápido, a captar lo que pasa a mi alrededor de forma precisa y a actuar de forma más acertada.

Esto me ha ayudado en el día a día, en esos momentos en los que pasa algo que es, o parece, terrible: un suspenso, un despido, un accidente. Ya no niego este sentimiento, no quiero quitármelo de encima, quiero sentirlo y domarlo. Ahora uso el miedo: para tomar la mejor elección, como un puente hacia otro sentimiento.

Ahora es una herramienta, ahora bailamos muy apretados.

Las alegrías han sido igual de grandes y variadas, pero son tantas que eso te lo cuento otro post.

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Ardiel González
ardiel@gmail.com
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