22 Nov ÍNIGO LETAMENDIA (1948–2025)
Íñigo Letamendia (1948–2025): la vida que se escribe con sal. DEP
Hablar de Íñigo Letamendia es hablar de un tipo de hombre que nace dos veces: una en tierra firme y otra cuando descubre el océano. Su historia no es sólo la de un surfista; es la de alguien que encontró en las olas un idioma propio, una ruta vital y una forma de estar en el mundo.
Un joven vasco que escuchaba el mar
Íñigo creció en un tiempo en el que el surf era casi un mito en Europa. En el San Sebastián de finales de los años 60, las tablas eran raras, las olas estaban vírgenes y la vida parecía pedir caminos seguros. Pero él siempre tuvo una inquietud que no cabía en ningún molde.
Dicen que la primera vez que vio a un surfista deslizarse por la pared de una ola sintió algo que no sabía nombrar: una llamada antigua, como si el mar pronunciara su nombre.
Y cuando a los veinte años se subió por primera vez a una tabla en La Concha, Íñigo lo entendió: su lugar no estaba en tierra firme.
La búsqueda de una tribu oceánica
En los años 70 dejó atrás trabajos y vidas convencionales y se unió a una comunidad de surfistas que vivían como nómadas del norte: Casa Lola, en Somo, Cantabria.
Allí convivían artesanos del surf, soñadores de agua salada, viajantes sin brújula. Dormían donde podían, comían lo que encontraban y vivían para una cosa: el océano.
Íñigo aprendió a shapear tablas casi como quien aprende a rezar: observando, tocando, repitiendo, fallando, volviendo a intentarlo. El olor a resina se convirtió en su incienso.
Aquella etapa fue su formación espiritual. Allí descubrió que moldear una tabla era moldear una vida: ambas necesitaban paciencia, visión y entrega.

Foto Importancioso
El nacimiento de una estirpe
De Somo nacerían proyectos legendarios: Santa Marina Surfboards, Jeronimo… y más tarde, ya en el País Vasco, Pukas.
Pukas no fue sólo una marca: fue una familia, un taller, un laboratorio, un sueño compartido, un faro para cientos de surfistas que buscaban su propia ola.
Su compañera, Marian, fue un pilar esencial. Juntos construyeron desde cero una red de tiendas, diseños, ropa, tablas y escuelas. Donde otros veían un hobby romántico, ellos vieron un horizonte posible.
Zarautz se convirtió, gracias a su visión, en un santuario del surf europeo. Por allí pasaron Curren, Occy, Sunny Garcia, y también las generaciones vascas que marcarían época.
Íñigo no entrenaba surfistas: los cultivaba. Les enseñaba a leer el mar, a ser pacientes, a ser humildes ante una ola que puede levantar o tragarse a cualquiera.

Carácter: un espíritu libre con los pies en la arena
Los que lo conocieron hablan de un hombre: profundo, alegre, testarudo como un temporal, generoso como una marea llena y siempre dispuesto a ayudar a quien tuviera hambre de mar.
No buscaba gloria personal: buscaba tribu, comunidad, seguir la llamada del océano. Tenía la mente inquieta del artesano y el corazón vasto del aventurero.
Viajes que lo formaron
Íñigo recorrió playas de medio mundo: las costas africanas, Indonesia cuando aún era un murmullo entre pioneros, California en los años en los que el surf era una revolución cultural, Francia, Portugal, Australia.
Cada viaje lo traía de vuelta con historias: sobre tubos perfectos, atardeceres imposibles, riesgos, risas, tormentas, encuentros con surfistas que luego serían leyendas.
Pero su hogar espiritual siempre fue el Cantábrico, “su viejo amigo gris”.
Una muerte serena, como quien entrega la tabla al mar
Ayer viernes 21 de noviebre, Íñigo se fue. Dicen quienes estuvieron cerca que murió tranquilo, rodeado de su familia, con la misma calma con la que un surfista espera su última ola del día.
Su legado no son sólo tablas ni campeonatos. Su legado es una cultura. Un movimiento. Un modo de entender la vida:
que el mar enseña, si uno escucha.
que la libertad no se compra: se navega.
que la comunidad es más fuerte que el individuo.
Su herencia: una estela que no se borra
Hoy Pukas sigue vivo. Zarautz sigue respirando surf. Generaciones de surfistas vascos y españoles siguen viajando y soñando gracias al camino que él abrió.
Íñigo Letamendia no fue sólo un pionero. Fue un sembrador de olas, alguien que dejó un surco profundo y luminoso en la historia del surf europeo. Y como toda alma marinera, su historia no acaba:
sigue moviéndose cada vez que una tabla toma velocidad sobre el Cantábrico.
Nuestro más sentido pésame para su familia y amigos. DEP.

Homenaje a Íñigo Letamendia
Hombre de mar, artesano de sueños, padre de una ola que aún no acaba.
Hay vidas que se caminan,
y vidas que se surfean.
La tuya, Íñigo, fue de las segundas:
una travesía larga, llena de viento, de resina, de espuma,
una ruta guiada por el rumor profundo del Cantábrico.
Llegaste a este mundo en 1948,
pero tu verdadero nacimiento ocurrió años después,
cuando el mar te dijo: “ven”.
Pusiste los pies en una tabla
y ya nunca volviste a la orilla de los hombres inmóviles.
Te hiciste nómada,
te hiciste hermano de otros espíritus inquietos,
y juntos levantasteis Casa Lola,
ese refugio de sal donde las olas eran maestras
y la libertad, ley.
Allí aprendiste que una tabla es un rezo,
que un shaper es un poeta del agua,
que cada curva, cada canto, cada línea
puede guardar un sueño de alguien
que quiere tocar el infinito por un instante.
Y de aquel fuego nació Pukas,
no como una empresa, sino como una tribu,
una familia que transformó el surf en cultura
y a Zarautz en un puerto del mundo.
Bajo tu guía llegaron campeones, viajeros, buscadores,
y también chavales con los pies desnudos
que un día soñaron lo que tú soñaste antes.
Tenías el andar tranquilo de quien escucha el mar,
la mirada clara del que sabe que la vida es ola y caída,
y un corazón que siempre estaba dispuesto
a abrir espacio para otro surfista,
otro aprendiz, otro loco que quisiera volar sobre el agua.
Hoy, en este 2025 que te vio partir,
no decimos que te fuiste.
Decimos que volviste al mar.
Porque un alma como la tuya
no desaparece:
se disuelve en la sal,
en la luz, en el viento del norte.
Sigue ahí, Íñigo,
en cada amanecer que enciende la playa de Zarautz,
en cada tabla que toma velocidad,
en cada joven que se atreve a remar más allá de la rompiente.
Tu legado no son sólo tablas, escuelas o campeonatos.
Tu legado es haber enseñado a tantas personas
que la libertad se vive,
que la comunidad se construye,
que el mar —si lo respetas—
te devuelve una vida entera.
Gracias por tu coraje,
por tu visión,
por tu forma de mirar las olas
como quien mira un mapa sagrado.
Gracias por mostrarnos
que una vida bien surfeada
vale más que mil vidas obedientes.
Descansa en el mar, Íñigo Letamendia.
Allí donde la espuma escribe tu nombre
una y otra vez,
sin cansarse.
*Foto portada Importancioso
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