RELATOS. MARTON 4. LA ISLA (SEGUNDA PARTE)

Relato de Xisco Calafat.

Marton 1.// Marton 2.// Marton3.

Me dolía todo el cuerpo.

Me moví lentamente, asustado, temiendo tener algún hueso roto; por fortuna, no fue así. Despacio, me incorporé.

Traté de tranquilizarme, pero a la aterradora idea de que algo me había estado observando se le sumó la de que había quedado atrapado en un agujero en mitad del bosque, y que, tal vez, ya no lograría salir de allí jamás.

«Tranquilo; en el bosque no había nada.

»Vas a salir de aquí.»

El boquete por el que me precipité era frío y oscuro; la densa vegetación que se enmarañaba a varias varas de mi cabeza lo convertían en una trampa mortal para quien llegara a sus lindes huyendo de amenazadoras sombras. Tras los arbustos, el techo de ramas que cubría el lugar impedía el paso de los rayos de sol, así que prácticamente estaba a oscuras.

Song-of-the-Sea

«Tranquilo.»

Respiraba con dificultad.

Palpé las paredes: barro, piedra, raíces. Calculé el ancho del agujero mentalmente: tres o cuatro varas. También el alto: tres o cuatro varas; no era mucho, podía conseguirlo.

Comencé a escalar.

Y, cuando la raíz sobre la que había apoyado un pie cedió bajo mi liviano peso, volví al principio.

Lo intenté de nuevo.

Una vez, dos veces; muchas más.

Me apoyé en la pared, con la mirada al suelo, sin apenas verme las enfangadas botas que ahora permanecían enterradas en el lodo cuatro dedos. Eso me ha salvado, pensé al mirar el oscuro fango y al recordar el batacazo.

¿Estaba sangrando?

No podía saberlo.

Mis manos, también llenas de barro, trataron nuevamente de aferrarse a una pared que sudaba lodo y me condenaba al cautiverio. No había excesiva altura y, sin embargo, no lograba escalar dos palmos sin escurrirme.

Alarmado por el paso del tiempo y por la inquietante certeza de que iba pasar la noche en aquel pozo negro, grité. Traté desesperadamente de asirme a un muro infranqueable, hasta que finalmente descarté, abnegado y con pesadumbre, la idea de salir de allí antes del ocaso.

Rendido, me senté en el encharcado suelo.

En un bosque sumido en las tinieblas, los sonidos cambiaron de tono: del alegre alboroto de los que cantan de día al amenazante murmullo de los que cazan de noche.

Paralizado, evoqué mi encuentro con la serpiente.

«No pasa nada», recuerdo que pensé; aunque eso no me tranquilizó.

Giraba la cabeza a un lado y a otro, alertado por unos ruidos que tal vez sólo existían en mi cabeza. Miraba hacia arriba con pánico, buscando enemigos en la densa oscuridad.

Traté de dormir, pero me era imposible; esperaba con horror el momento en el que la serpiente se deslizara con sigilo sobre mí y, con un letal mordisco, clavara sus fauces en mi cuello.

¿Cuánto tardaría en devorarme?

¿Días? ¿Semanas? Quizá meses.

Durante horas, no me moví; pese a los nervios, traté de controlar la respiración, con el fin de hacer el mínimo ruido posible, hasta que, finalmente y vencido por el agotamiento, me dormí.

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No creo haber dormido mucho rato aquella noche; lo que sí sé es que no descansé. Al despertar: desorientado y contusionado, vi, entre las ramas de los arbustos que había sobre mi cabeza, cómo se colaban los primeros rayos del día siguiente a mi caída.

«Primera noche atrapado; primer día en esta asquerosa prisión –pensé–. ¿Cuántos días pasarán hasta morir de hambre y sed?»

En el instante en que me levantaba del suelo para desentumecer mis agarrotadas piernas, escuché un chasquido en las alturas y algo suave impactó contra mi cabeza, haciendo que me apartara rápidamente, en un acto reflejo.

Al volverme, vi una liana que descendía desde lo alto de los árboles y cruzaba la vegetación hasta adentrarse en la profundidad del agujero, quedando pendida a la altura de mis rodillas.

Cuando miré hacia arriba, perplejo, vi que una sombra se movía entre los árboles.

«No estoy solo», pensé.

Pese al desconcierto, agarré la liana y trepé. Mientras ascendía recordé a los piratas de aquellas historias que tiempo atrás me habían encantado: gente despiadada y sin escrúpulos.

«Ladrones.

»Asesinos.»

Sin embargo, aquello carecía de sentido:

¿Por qué me estarían ayudando quienes saquean y matan por oficio?

Para ilustrar este texto se han utilizado imágenes de la película Song of the Sea.

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