MI ALTAR BAJO EL BRAZO

Como esa camiseta que me niego a dejar de usar, la que está gastada, manchada y que huele un poco rara pero a la que me he acostumbrado y no quiero renunciar. Así es como veía la religión, algo inútil en los tiempos que corren. Mi teoría era que la ciencia y la tecnología son superiores y han reemplazado de manera necesaria a las religiones en el camino hacia el progreso -sea lo que sea el progreso-.

Si la ciencia podía explicar lo que la religión no podía, entonces esta última era prescindible. Si teníamos lógica y test de doble ciego que nos proporcionaran lógica y coherencia, entonces todo ese rollo misterioso de la espiritualidad no era más que un obstáculo para que, como individuos y sociedad, avanzáramos nuevamente, sea lo que sea eso de avanzar.

Y de repente, sin avisar, la madurez y la reflexión se presentan en mi puerta un día cualquiera. No tengo ni idea que quien llegó primero, pero estoy seguro de que estaba en la entrada recibiendo a una, cuando apareció la otra.

La reflexión es una hija de puta: me hace preguntas incómodas, de esas que duele contestar aunque sea en mi mente. Preferiría tirar esas interrogaciones a la parte trasera de mi cabeza, en ese rincón lleno de cajas con dudas a las que di respuesta y no quiero volver a plantearme. Pero esta puñetera llegó junto con la madurez y nos obligó a los tres a abrir todas esas cajas que huelen a armario cerrado, y en una de ellas estaba la religión. Al sacarla del apestoso cartón en que estaba, tenía enredada la respuesta que le había dado hace años. Puse una junto a la otra – cuestión y contestación- y miré a ver si aún me gustaba lo que veía.

No es ninguna coincidencia que tenga a dos señoras molestas en el sótano de mi mente abriendo cajas apestosas. Estas invitadas y yo llevamos un tiempo hablando de las experiencias que he tenido en el mar, surfeando, y estamos los tres de acuerdo en que lo que he sentido se asemeja mucho a lo que la gente religiosa describe en sus momentos de espiritualidad. Casi punto por punto, los pensamientos, sentimientos y experiencias son iguales a las historias que he leído y oído, y de las cuales me he burlado también. No tengo una forma razonable de justificar la diferencia entre lo que he vivido yo y lo que relatan ellos. Estos momentos de conexión intensa con algo mayor que yo son (entre otros) profundos, íntimos y satisfactorios, justo lo que dicen de los momentos con Dios.

Aún así, no sé explicar que es ese algo superior a mi, o que significa espiritual para mí. Pero una vez más, madurez y reflexión me preguntan: Si lo sientes, pero no puedes explicarlo, ¿existe? Supongo que sí, o no, pero me siento tan bien en esos momentos que reconocer su existencia o negarla no va a cambiar los efectos positivos que tiene en mí hacer surf. Tras cada sesión me siento más compasivo, con más amor hacia el mundo y más tolerante. Si esto es lo que la religión, fe o Dios les hace sentir a otros, he sido un auténtico imbécil por criticarlo.

Y si lo que siento es similar a lo que sienten ellos al rezar –con su permiso y tremendo respeto por su fe- a partir de ahora voy a llamar al mar mi agua bendita y a la tabla mi altar.

Ardiel González
ardiel@gmail.com
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