¡¡FEEL FREE!!

Como cualquiera que sienta la necesidad de visitar el mar con una tabla bajo el brazo, lo que persigo en cada sesión es conseguir la misma sensación que tuve aquel día. Me sentí el rey del mundo encima de una tabla más vieja que yo. Ese momento me llevó a un lugar emocionalmente desconocido, tan especial que, como quien persigue su sombra de forma perpetua, solo busco saborear esa sopa de sentimientos una vez más. Y es, como poco, estúpido porque no tengo manera alguna de saber ciertamente si esto es lo que sentí aquel día.

Como buen primate que anda erguido, hago uso de las peores herramientas que me quedan a mano para solventar esta duda: comparar, intentar predecir el futuro, y toneladas de imbecilidad. Así que miro al tipo que está a mi lado, el del sublime estilo de surf, y asumo que en sus sesiones debe de sentirse increíble. Lo que concluyo es que para sentirme mejor al surfear y acercarme a esa sensación debo perfeccionar mi técnica. Lógica simple y aplastante: mi satisfacción se incrementará al conseguir ese objetivo, mejorar.

Es una pena que pusiera tanta imbecilidad en la receta. Tras un tiempo llegué hasta donde quería, y no mejoró mucho mi sensación en el agua. No se cómo conseguir hacer ese giro tal pero conseguir ese otro, no me hace más feliz. Tal vez es que no es este el nivel que necesito, sino uno superior. Va a ser eso, repito la operación. Pongo todo mi esfuerzo durante mucho tiempo, frustrándome y sufriendo, afinando mi técnica, estoy seguro de que ahora todo va a cambiar. Cuando llegue a ese punto donde esté a un nivel de surf superior, encontraré la felicidad.

Sin mucha sorpresa, acabo donde empecé, sólo que algo más frustrado. Todas las sesiones en las que he estado empeñado en conseguir esto o aquello han sido enriquecedoras, pues el simple hecho de ponerme un objetivo y trabajar para conseguirlo, hacía de cada ola un reto apasionante que quería repetir. Pero al conseguir la meta marcada no me sentía mejor. Como si el desafío fuese lo importante, y no el objetivo en sí. ¿Puede ser que el premio sea el proceso?¿Que el placer esté en el camino y no en el destino?

Quizá he enfocado todo como si fuera una lista de la compra, una ristra de objetivos por conseguir, cuando tal vez la realidad sea el proceso de lograrlos la propia meta. Posiblemente mi fin es el proceso en sí, el de llegar a un punto determinado, y la recompensa sea la satisfacción que se produce en el transcurso, al luchar. ¿Puede ser que tanto el surf como la vida no sean una lista de propósitos que tengo que ir tachando, sino una serie de retos a los que quiero enfrentarme y que la transformación que se produce en mí sea el trofeo?

Si esto es cierto para mi surf y mi vida debería enfocarme bien en seleccionar qué quiero conseguir y conseguirlo. Debería evaluar la lista de la compra que hice, y mirar por qué pasillos me va a llevar para llenar mi cesta, qué va a contener cuando todo termine. El final ya lo conozco, es el mismo para mí que para el resto de la humanidad. No me gustaría que al acabar el pasillo, donde la luz brilla más fuerte, lo único que me quede sea una lista de elementos tachados y una cesta vacía de emociones.

Fotos Nacho Quintana.

Ardiel González
ardiel@gmail.com
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